miércoles (y empieza la cuenta atrás para hacer todo lo que ya tendría que tener hecho antes de que el jefe y la jefa se vayan de viaje) y te escribo desde el despacho... y como no sé por donde empezar (si por la caja de ayer y antes de ayer, si llamando al corte inglés a preguntarles porque a veces se pasan de listos con los pagos, si metiendo un par albaranes que veo en la cubeta, o si contestando a un par de mails que tengo encima de mi mesa...) decido abrir el editor y copiarte dos poemas...
y es que después de la novela del ian mcewan, volví a coger de la estantería la antología la escuela de wallace stevens (un perfil de la poesía estadounidense contemporánea) y conocí a hart crane, poeta al que hasta ahora no tenía el placer de conocer... y releí algunos de los poemas de elizabeth bishop, a la que siempre es un placer leer...
así que, como te decía, te voy a copiar dos poemas... el primero de hart crane, el poema titulado la torre rota, que admito que en los últimos días ha adquirido nuevos significados para mí, que juraría que no tenía la primera vez que lo leí...
la torre rota
el tañido de la campana que al alba llama a dios
me sume en el presagio fúnebre
del día en que recorrimos los prados de la catedral
de foso a crucifijo, fríos nuestros pies al salir del infierno.
no has oído, no has visto ese cuerpo
de sombras en la torre, cuyos hombros mecen
antífonas de carrillones arrojadas antes que
las estrellas sean devoradas por los rayos del sol?
las campanas, pienso, las campanas derriban su torre;
oscilan, a dónde van? sus lenguas graban
membranas en la médula, mi extenso registro
de intervalos rotos... y yo, su sacristán esclavo!
encíclicas ovales de los cañones colman
el silencio muerto del coro. ahogadas voces masacradas!
pagodas, campaniles que llaman al despertar.
oh ecos en cascada postrados ante la llanura!...
y entre así al mundo roto
para rastrear la visionaria compañía del amor, su voz
un instante de viento (hacia dónde arrojado)
y sin aferrarse a una desesperada decisión.
vertí mi palabra. pero llevaba mi sangre el registro
del monárquico tribunal del aire
cuyas caderas entronan la tierra, astillando la palabra cristalina
en heridas que juraron esperanza, abandonadas en desesperación?
las abruptas invasiones de mi sangre me dejaron
sin respuesta (puede la sangre sostener la alta torre
al tornarse verdadera la pregunta?), o es ella
con su dulce muerte que agita el oculto poder?
y en su pulso oigo al contar los latidos
que mis venas llaman y recogen, fuerte y seguro
el ángelus de las guerras que mi pecho evoca:
lo que ya sin heridas guardo, original y puro...
y dentro resguarda una torre sin piedras
(no hay tierra que cubra el cielo), se desmoronan
los guijarros, visibles alas de silencio incrustadas
contra esferas azules, se ensanchan al sumirse
en la matriz del corazón, baja tu mirada
que envuelve la serenidad del lago e inflama la torre...
el vasto decoro del alto cielo revela
su polvo, y eleva su amor en la llovizna.
hart crane
y el segundo de elizabeth bishop, el poema que se titula el mapa... poema que recuerdo haber leído antes, pero que no sé porqué, aún no había copiado para mi pequeño palacio de vocabulario...
el mapa
la tierra reposa en el agua; su color es verde sombrío.
sombras, acaso agua no profunda, en la orilla
dejan ver extensas huellas de algas en el arrecife
donde el sargazo se extiende del verde al claro azul.
o acaso se inclina la tierra para calar al mar desde el fondo,
atrayéndolo, sereno, hacia sí?
por el fino, arenoso, dorado borde
arrastra la tierra al mar desde el fondo?
lisa y tranquila se esparce la sombra de terranova.
amarilla la de labrador donde el esquimal soñador
la aceitó. podemos navegar estas hermosas bahías,
bajo un cristal como si de pronto parecieran florecer
o como si fueran pulcras celdas para peces invisibles.
los nombres de los puertos se precipitan hacia el mar,
los nombres de las ciudades cruzan los montes vecinos
-aquí el impresor advierte una sensación similar
a la exaltación que excede su causa.
estas penínsulas palpan el agua entre el pulgar y el índice
como las mujeres al sentir la suavidad de los paños.
más suave que la tierra es el agua de los mapas
cuando entrega a la tierra la conformación de sus olas:
la liebre de noruega corre agitada hacia el sur,
los litorales escudriñan el mar, donde descansa la tierra.
se le asigna o elige cada país su color?
lo que mejor convenga al carácter o a sus aguas nativas.
en topografía no existen preferencias; lo mismo es norte que oeste.
más sutiles son los colores de los cartógrafos que los historiadores.
elizabeth bishop
corto y cierro...
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