miércoles, veintitres de abril, y te escribo desde el despacho, en uno
de esos momentos de calma, tras haber hecho la caja, haber abierto más
de diez veces el correo, haber pasado un pedido a un proveedor, pasado
un presupuesto a un cliente, adelantado una factura por mail, y haber
respondido no sé ni cuantas veces al teléfono...
miércoles veintitres de abril y anoche le daba vueltas a qué escribir en
fecha tan señalada, saltándome el orden de mis lecturas, cuando me di
cuenta de que el libro que tocaba hoy, era aquel que me regalaste días
antes de mi cumpleaños... y la verdad es que no se me ocurre mejor libro
que ese para un día como el de hoy...
y es que el librero de parís y la princesa rusa,
de mary ann clark bremer (libro que no sabía ni que existía, y que de
haberlo sabido me hubiera comprado enseguida, ya que esta autora ya me
enamoró con su biblioteca de verano y su cuando acabe el invierno)
y es un libro que además de contarnos una de esas historias que no
fueron, entre un librero y una princesa rusa, habla de libros, como
suele ser habitual en la bremer... ya que serán los libros precisamente
los que unan a los personajes de este precioso libro, al que si he
ponerle algún pero, te diré que se me hizo muy corto...
y el libro empieza en parís, 196... en la calle nicolás flamel, donde la autora no sabe cuantos meses vivió, ni cuantas veces caminó hasta el cercano sena, cruzando la rue de rivoli (detalle que me hizo sonreir, ya que hace unos años, yo misma paseé por esa misma calle...)
y mary ann clark bremer nos habla también de las
novelas rusas que leía por aquel entonces, tan tristes y tan verdaderas
como hermosas, llenas de vida; es más: hechas con jirones de vidas que
podíamos palpar casi, que reconocíamos, de hombres y mujeres, sobre todo
mujeres; y de que ella quería
comprender a sus semejantes, sus miedos, sus penas, sus muertes
también, como si la muy joven viuda que era, ya se preparara para el
encuentro con, o necesitara, mejor dicho, una verdadera mujer rusa, como la
princesa, que fue su amiga algún tiempo, pero que, al poco, demasiado
"al poco", desapareció sin dejar rastro alguno, ni una nota de despedida...
una princesa rusa que al saber que la clark bremer escribía un diario le rogó
que la describiera como una mujer sin demasiadas penas que había
vendido sus joyas, una a una, durante algún tiempo, aunque sonara a
historia de rusos exiliados, pero tan sólo mientras le llegaba una
cantidad de dinero que le adeudaban, es decir, que nunca había sido
demasiado pobre a pesar de haber huido de su país... y a la que no le importaba resultar ridícula de cuando en cuando, ya que según ella misma: "ello
me humaniza, me hace sentir, como le decía hace un instante, viva, me
hace sentir, y perdone la broma, tan viva como quienes me gritan en la
calle cuando hay un socavón en el suelo o quieren venderme el diario de
la tarde en una esquina."
una princesa rusa a la que un librero le regala una preciosa edición de
un cuento de un tal de bastide (cuento que ya tengo localizado, por si
no te lo habías imaginado...) y que según la autora, quizá,
encontró un día que los libros más bellos también producen una luz
artificial más allá de la del sol o la de la luna, una "luz china"...
pólvora y magia; esplendor y sueño...
una historia, como te decía, de esas que no pasan... y que nos cuenta
mary ann clark bremer... y de la que dice en un momento dado: "me hacía feliz la felicidad que sospechaba en la princesa y el librero."
no contaré más... pero antes de cortar y cerrar me vas a permitir que te
deje otra cita... del final del libro, de cuando la autora deja la
calle nicolás flamel, antes de dejar parís para irse a suiza...
desde allí podía asomarme a una parte de la ciudad que no conocía bien, y aprovechaba además el aislamiento para leer los libros que me llamaban desde el fondo de un baúl que tendría que cargar hasta suiza.
mary ann clark bremer (el librero de parís y la princesa rusa)
hay un momento, en uno de los relatos de la vista desde castle rock de
alice munro, en el que a la protagonista le regalan un libro, y al
empezar a leerlo, se da cuenta de que ese libro, de alguna manera, era
suyo... que le pertenecía antes de leerlo... algo parecido me pasó con
este libro...
y ahora corto y cierro...
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