viernes (por fin!) y te escribo desde el despacho... con la caja por
hacer y el correo abierto, impreso y entregado... con migraña, y sueño y
quizás una desilusión extraña que lleva meses aquí y que aunque a veces
se me olvida, no se me acaba de ir...
la vida... que cambia casi sin darnos cuenta y que aunque a veces juega a
ese juego que jugabamos hace muchos años de encontrar dos cartas
iguales que estaban dadas las vuelta, otras veces juega a mostrarnos las
siete diferencias... y ya sabes que en lo que se refiere a diferencias
soy una auténtica eminencia...
viernes y te contaré que la semana pasada tuve un mal, mal día... uno de
esos días que te ahogan y que amenazan con quitarte la poca cordura que
te queda a fuerza de sumergirte en dudas que no eres capaz de despejar y
de plantearte problemas para los que no existen soluciones... un día de
esos en los que te cuesta hasta respirar... fue el martes... llegué a
casa tan cansada que miraba el libro que andaba leyendo (la cuarta serie
de los testimonios de la ocampo) y me sentía sin fuerzas para abrirlo,
aún sabiendo que la única manera de sobrevivir a semejante día que tenía
en mis manos (hay otras maneras de sobrevivir a días malos, pero como
era martes, ninguna de ellas era practicable) era perderme en letras
ajenas intentando olvidar mis problemas...
pero lo intenté y no... no había manera de entrar en el libro de la
ocampo... así que pensé que a grandes problemas hay que aplicar grandes
soluciones, y que cuando estoy así, lo mejor es cambiar las prosas por
poesías, ya que la poesía siempre ha tenido ese poder para salvarme del
que a veces carecen las prosas...
así que me puse a registrar las estanterías y los montones, sin tener
muy claro qué estaba buscando... hasta que en la estantería de la
entrada encontré el ariel de
sylvia plath (libro que ya me ha salvado en algún que otro naufragio), y
me lo llevé al sofá... y no fue hasta después de un rato cuando recordé
que precisamente ese día (once de febrero) hacía cincuenta y un años
del suicidio de la plath...
no te diré nada del ariel, porque hay libros que de alguna manera son tan nuestros, que no sabríamos hablar de ellos...
en vez de eso, me vas a dejar que te copie uno de sus poemas... el de la luna y el tejo...
la luna y el tejo
ésta es la luz de la mente, fría y planetaria.
los árboles de la mente son negros. la luz es azul.
las hierbas descargan sus penas a mis pies, como si yo fuera
dios, dándome punzadas en los tobillos y murmurando su
humildad. humeantes neblinas refinadas moran en este lugar,
que una hilera de lápidas separa de mi casa.
no veo adónde se puede ir.
no es la luna una puerta. es una cara por derecho propio,
blanca como un nudillo, y terriblemente trastornada.
arrastra el mar en pos como un delito oscuro; está callada
con los labios en o de la desesperación total. yo vivo aquí.
los domingos, las campanadas, dos veces, le dan un susto al cielo…
ocho grandes lenguas que afirman la resurrección.
al final, sobriamente, gonguean sus nombres.
el tejo apunta hacia lo alto. tiene forma gótica.
los ojos, siguiéndolo, se alzan y encuentran la luna.
la luna es mi madre. no es dulce como maría.
sus vestiduras azules desprenden pequeños murciélagos y búhos.
cuánto me gustaría creer en la ternura:
el rostro de la efigie, suavizado por las velas,
inclinando hacia mí, en particular, sus tiernos ojos.
largo trecho he caído. las nubes florecen,
azules y místicas, sobre el rostro de las estrellas.
dentro de la iglesia, los santos serán todos azules,
flotando con delicados pies por encima de los fríos bancos,
tiesas de santidad las manos y las caras.
nada de esto ve la luna. es calva y salvaje.
y el mensaje del tejo es negrura: negrura y silencio.
sylvia plath (ariel)
corto y cierro...
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