miércoles (aunque si he de ser completamente sincera, he tenido que
mirar el calendario antes de teclearlo) y te escribo desde el
despacho...
ayer facturamos... y ya están firmados los albaranes que correspondían a
cada factura; las facturas que nos guardamos nosotros ya están es su
correspondiente carpeta, con su correspondiente listado; los recibos
impresos y guardados; los giros ordenados por vencimientos; las copias
de las facturas para los clientes, ya están metidas en sobres con sus
correspondientes sellos; menos unas cuantas que el jefe me tiene que
firmar (para esos lugares donde la burocracia te hace sellar y firmar
las cosas) y otras tantas que se quedarán retenidas en mi mesa unos
días... así que creo que he terminado con la facturación de ayer, y aún
me quedan quince minutillos para intentar escribir hoy...
así que en estos quince minutos intentaré contarte que estuve leyendo los pícaros y los canallas van al cielo,
de elizabeth smart... que después de sentarse y llorar en grand central
station nos cuenta como tras abandonar a aquel caballero del que se
enamoró sin conocerlo (se enamoró de él al leerlo), del que fue amante
durante años, y del que tuvo varios hijos, se fue a europa... a esa
europa postapocalíptica posterior a la segunda guerra mundial...
éste es el escenario
las mezquinas caras enfadadas que vagan por los eriales de kensington pasan como bolsas de papel abandonadas. las pulcras ruinas de la guerra yacen como una aburrida cicatriz cuya historia es toda la del repetitivo futuro, y todo lo que la memoria puede retener.
el equinocio otoñal sacude las tablas de mi vieja falda de tweed. la luna se apresura tras la alta e interminable espesura de los jardines de onslow. todo lo que la valentía y el ardor de las plegarias de la gente para ser buena mantenían sujeto está ahora suelto, y eso hace que un fantasma lunático y malvado aceche las pisoteadas plazas.
no hay gas; no hay calefacción; apenas hay comida.
elizabeth smart (los pícaros y los canallas van al cielo)
y como ya me pasó al leer en grand central station me senté y lloré;
el lirismo de esta mujer me ha atrapado... esa manera de contar, cuando
en realidad no cuenta... quizás hila palabras, describe sentimientos,
sensaciones, verdades, dolores... como en un poema, que te cuenta una
historia...
y es que como ella misma dice en un momento dado: "cuando
cayó jericó, llorar estaba permitido, y en babilonia estaba de moda
proferir memorables lamentos por las aguas separadas. pero aquí debes ir
a tu oficina, llena de vida, con una chispa en los ojos, aunque sea
sintética. porque quién se atreve a ponerse en pie y decir: "qué
cansados estamos! oh, dios, qué cansados estamos!""
y la novela (nouvelle o poema en prosa, llámalo como quieras, porque lo
cierto es que este libro es algo que yo no me siento capaz de
definir...) consigue de alguna manera lo que la autora dice que
consiguen algunas historias: "apartar los velos que cubren el dolor de otras personas".
y recordarnos, además, el nombre de una emoción; recordarnos sus medidas; y recordarnos que quizás, es suficiente recompensa para muchas tristes noches olvidadas....
y que la felicidad no es geométrica, sino que fluye desde cualquier lugar que mires....
y que si estás abrumada, también podrías relajarte en la vorágine... según la smart, da resultado...
una maravilla... volver a leer a esta mujer, que tiene una prosa que de verdad me parece increiblemente hermosa...
corto y cierro...
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