miércoles (aunque yo estoy extrañamente convencida de que es otra vez
martes; será que el martes no fue lo suficientemente horrible y lo
quiero repetir; o que al contrario, fue tan horroroso que me gustaría
cambiarlo... no sé, pero el caso es que yo tengo que preguntar cada vez,
antes de poner la fecha, porque sigo en el día de ayer; empeñada en que
sigue siendo día once...)
y es miércoles y a la caja por hacer y al correo medio abierto, medio
cerrado, hay que sumarle el albarán que me dejé ayer a mitad, porque me
faltaban unos códigos, y las mil y una historias que debería comentarle
al jefe... pero lo veo tan liado y tan cansado que me sabe mal darle más
faena recordándole lo que tiene que hacer... claro que si no se lo
digo, luego se enfadará conmigo por no haberle recordado las cosas que
le tenía que recordar... así que aquí estoy, migrañosa y dudosa, ya que
no sé que bronca prefiero: la bronca de ser una pesada por insistir en
recordarle cosas con lo liado que va; o la bronca de la desmemoriada que
no recuerda dar los recados y hace que las cosas se retrasen al
olvidarlos... porque si una casa sé seguro es que me ponga como me
ponga, hoy me voy a llevar una pequeña bronca... ya te lo digo...
miércoles y mientras decido que clase de secretaria quiero ser, si la
pesada y responsable o la empática irresponsable, te contaré que hace
unos días estuve leyendo el último septiembre de
elizabeth bowen... culpa tuya, porque yo ni sabía que existía el libro
cuando tú me hablaste de él, y claro, fue saberlo y quererlo... así que
el día aquel en que mi madre y yo nos fuimos a hacernos las placas,
después de probarme varios abrigos (es que los reyes se suponía que me
iban a traer un abrigo nuevo, pero decidimos que los reyes podían
traerlo de rebajas, en vez del día seis, porque a mi edad una no pierde
la fe en los reyes por unos días), y no encontrar ninguno que me
acoplara (porque soy más complicada de lo que parece para esas cosas)
acabamos al ladito de la casa del libro, y entonces mi madre me dijo que
ya que no había comprado un abrigo, que me compraba un libro, y me
acordé de este... claro...
hacia las seis el sonido de un motor, procedente primero del vasto paisaje y concentrado luego bajo los árboles de la avenida, convocó en la escalinata a todos los habitantes de la casa en un estado de gran excitación. a la altura de las hayas, resonó una delgada verja de hierro; el coche emergió de una maraña de sombras y se deslizó pendiente abajo hacia la casa. tras los destellos del parabrisas, el señor y la señora montmorency -brazos agitándose en el aire y el velo malva de ella revoloteando furiosamente- saludaban con frenesí. eran visitantes largamente esperados. todos proferían exclamaciones y gesticulaban: nadie hablaba todavía. era un momento de felicidad, de perfección.
elizabeth bowen (el último septiembre)
y así es precisamente como la bowen empieza a contarnos esta historia...
los montmorency llegan a danielstown, una preciosa mansión en irlanda,
en medio de la guerra de independencia irlandesa, buscando quizás algo
que no van a encontrar... y lo que encontraran será una extraña
normalidad en las costumbres (siguen habiendo fiestas, y partidos de
tenis y bailes) en medio de los conflictos que rodean la mansión que
parece ajena a todo lo que la rodea... o casi...
y en medio de las fiestas, los partidos de tenis y los bailes, tenemos a
lois (la sobrina de los naylor, los dueños de danielstown) que no tiene
muy claro lo que significa hacerse mayor, pero que quiere serlo...
porque ese momento entre la niña y la mujer, la está volviendo loca...
y como las familias bien de la época recibían en sus casas a los
soldados ingleses encargados de sofocar los aires independentistas que
soplaban en la isla, pues uno de los soldados, gerald, se enamorará de
lois... y lois... en fin, creo que hasta aquí puedo leer sin desvelar
demasiado de esta historia, en la que la llegada de otra invitada
cambiará algunas cosas, y en la que poco a poco, la guerra, que los
habitantes de la mansión y sus círculos más cercanos se empeñan en no
mirar, se hará tan presente que no quedará más remedio que verla, y
sentir sus consecuencias...
y te diré que me ha encantado esta historia de elizabeth bowen... una auténtica maravilla (como lo fueron aquella muerte del corazón y aquellos maravillosos siete inviernos).
y ahora corto y cierro... que el albarán que ayer se quedó a mitad sigue encima de mi mesa...
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